León.
Seth Alvarez.
-A mí no me regalaron el
poder. Lo robé. Siempre lo añoré y lo obtuve.
León abrió sus ojos
cafés para tratar de ver algo en el oscuro cementerio. Sus ropas estaban
sucias, pero aún quedaba indicio de lo lujosas que fueron. Caminó de un lado a
otro memorizando el discurso. Palpó la puerta de madera del suntuoso mausoleo.
Acarició despacio la superficie. No era ese antiguo sentir de la madera. Eso
estaba en el olvido. Ahora el solo tacto le creaba imágenes, sonidos, olores.
-¡Camila, Camila! -
Maulló con fuerza- ¡Mi vida inmortal por verte de nuevo, Camila!
Camila apareció diluida.
Sus ojos tenían brillo de nuevo. Su belleza era radiante. De pronto su piel fue
atravesada por haces de luces, luego era una antorcha y al final solo cenizas.
León se hincó en el
pórtico de la puerta. Apretaba con fuerza los ojos para tratar de evadir esas
imágenes. Apoyado en el picaporte, el dolor se multiplicaba. Cada célula de su
dura piel tenía vida propia y cada una experimentaba ese inmenso dolor.
Abrió los ojos y todo
era silencio, solo habían sido los recuerdos.
En medio de la noche se escuchó un grito lastimero. León corrió
a una velocidad inimaginable. Sus cabellos ondeaban como pequeños látigos al
aire. El dolor no desaparecería jamás. Lo sabía y eso alimentaba más su odio. Su loca carrera terminó
en la cima de una ladera. Inmóvil retó a su más
poderoso enemigo y asesino de su amada.

El cielo poco a poco se
tornó claro. Cuando el sol terminó de iluminar cada parte de la ladera, León
había desaparecido. Su adversario había triunfado de nuevo, pero tenía toda la
eternidad para desafiarlo.
Texto publicado en el periodico El Noticiero el 24 de Febrero 2012
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