lunes, 25 de febrero de 2013

León.

Seth Alvarez.
  -A mí no me regalaron el poder. Lo robé. Siempre lo añoré y lo obtuve.
   León abrió sus ojos cafés para tratar de ver algo en el oscuro cementerio. Sus ropas estaban sucias, pero aún quedaba indicio de lo lujosas que fueron. Caminó de un lado a otro memorizando el discurso. Palpó la puerta de madera del suntuoso mausoleo. Acarició despacio la superficie. No era ese antiguo sentir de la madera. Eso estaba en el olvido. Ahora el solo tacto le creaba imágenes, sonidos, olores.
  -¡Camila, Camila! - Maulló con fuerza- ¡Mi vida inmortal por verte de nuevo, Camila!
  Camila apareció diluida. Sus ojos tenían brillo de nuevo. Su belleza era radiante. De pronto su piel fue atravesada por haces de luces, luego era una antorcha y al final solo  cenizas.
   León se hincó en el pórtico de la puerta. Apretaba con fuerza los ojos para tratar de evadir esas imágenes. Apoyado en el picaporte, el dolor se multiplicaba. Cada célula de su dura piel tenía vida propia y cada una experimentaba ese inmenso dolor.
  Abrió los ojos y todo era silencio, solo habían sido los recuerdos.
En medio de la noche se escuchó un grito lastimero. León corrió a una velocidad inimaginable. Sus cabellos ondeaban como pequeños látigos al aire. El dolor no desaparecería jamás. Lo sabía y eso alimentaba más su odio. Su loca carrera terminó en la cima de una ladera. Inmóvil retó a su más poderoso enemigo y asesino de su amada.
  -Te esperare toda la eternidad, esperaré el día que tu luz se extinga, el día en que la noche reine este universo. Te veré morir poco a poco. Y reiré. Seré el único ángel de este paraíso.
  El cielo poco a poco se tornó claro. Cuando el sol terminó de iluminar cada parte de la ladera, León había desaparecido. Su adversario había triunfado de nuevo, pero tenía toda la eternidad para desafiarlo.
Texto publicado en el periodico El Noticiero el 24 de Febrero 2012

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