Seth
Alvarez.
Era muy temprano, no había podido
dormir bien y lo que descubrí esa mañana de abril, me marcaria hasta el fin de
mis días. Esa semana había sido intensa,
una de las pruebas más difícil de mi corta vida. El ver a mi tía Amelia como se
consumía con el maldito cáncer, nos cambió por completo. Ella había sido una
mujer desdichada y solitaria; su tristeza, decían, se debía al suicidio de su
novio, unos días antes de contraer matrimonio. Decían que mientras se probaba
el vestido, el padre del novio, le avisó la tragedia. A partir de esa inusual
experiencia, la tía Amelia estuvo acompañada de esa amargura que marcaría su
rostro hasta la tumba. Aunque para mí, debo decirlo, siempre hubo una pequeña
sonrisa en sus labios, siempre me ayudo dándome ánimos y en todo momento me
ofreció todo lo que estaba en sus manos, para hacerme sentir protegida. Y ahora
estábamos ahí, en su sepelio, llorando su partida. Pero no todos pensaban como
yo; el tío Ramiro decía que la tía era una ladrona que había obligado al abuelo
a quitarles la casa grande. La tía Lorena, decía que siempre había sido una
cualquiera y mi padre, que hacía mucho que había muerto, siempre argumentó que
la tía Amelia, estaba loca, porque la mujer juraba y perjuraba que en varias
ocasiones había visto, merodeando la casa, un fantasma. El evento era parco y
con pocas lágrimas. Solo los familiares más cercanos nos acompañaban. El
sacerdote era un hombre calvo y con cara de buitre. Me miraba a cada rato y me hacía
sentir extraña. De repente, todo el sepelio se volvió monótono y el Padre
prefirió apurarse. Habló un poco con el tío Ramiro y después se retiró, no sin
antes echar una plegaria que nadie pudo entender. Entonces me quede sola con
mis familiares y decidí dedicarle una oración de despida a la tía Amelia. En
eso estaba, cuando un hombre viejo, de la edad de mis tíos, apareció de la nada
y se acercó a la tumba. Arrodillado, lloró un rato ante la sorpresa del tío Ramiro,
quien lo estudiaba escrupulosamente. De un momento a otro, el tío cambio su
rostro, se tornó agresivo, gritó miles de insultos e inmediatamente lo corrió
del cementerio. La tía Lorena al reconocer al personaje, asustada, se persigno
y cayó desmayada. El hombre me miró con lágrimas en los ojos y se retiró
cabizbajo. Cuando despertó la tía, gritó que había visto un fantasma. Rápidamente
el tío Ramiro contestó que ese no era un fantasma, que en realidad era un malnacido
y recalcó, que los fantasmas no envejecen.
El Noticiero 26-10-14
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